Bajo el sol de África
Hace unos días regresé de vacaciones. Era la primera vez que iba a África. Pasé 14 días maravillosos en las cataratas Victoria, en Namibia, y en Botsuana, en el delta del Okawango. Todavía estoy fascinada: por la gente tan simpática que conocimos y por los muchos animales que antes solo había visto en zoológicos: elefantes, jirafas, leones, hipopótamos, chacales, hienas... Me fascinó la paz y la serenidad que se respiraban en los lodges y campamentos donde nos alojamos, la calidez del personal y las risas de los niños en la guardería que visitamos. Me sentía como en casa bajo el sol de África.
Y, sin embargo, tuve que pensar en el país donde nací, que me fue robado por el régimen comunista y que solo es mi patria, por haber nacido allí.
En África tuve que pensar en Cuba.
Sobre todo por la flora: plantas y flores que recordaba de Cuba. Algunas de ellas las tenía mi abuela plantadas en su patio. Todo tipo de palmeras adornaban el horizonte, entre ellas la Palma Real, el árbol nacional de Cuba.
Bajo el sol de África, tuve que pensar en Cuba. También porque, cuando visité una aldea remota de Namibia, donde la gente no puede permitirse una casa cómoda y tiene que recurrir al ingenio de las termitas para construir sus hogares con el barro de sus edificaciones, me sorprendió que la gente de un país que sufre cada vez más la sequía tuviera agua. En contraste con la situación de Cuba, donde hay personas que hace años que no tienen agua potable.
También vi a mucha gente que se dedica a la ganadería para el sostén de su familia. Al borde de la carretera venden entonces la carne de sus animales sacrificados. Hay quienes viven de la pesca. Ambas cosas están reguladas o prohibidas para los cubanos. En la aldea más remota de África, la gente depende de la iniciativa privada. En Cuba, el Estado incompetente insiste en llevar de la mano a sus ciudadanos para darles un tirón de orejas si lo creen necesario.
Bajo el sol de África, no pude evitar pensar en Cuba. Porque los colores de África me deleitaron, mientras que Cuba bajo el régimen comunista ha arrojado un agujereado manto gris y negro sobre la antigua Perla de las Antillas, poniendo al país de luto.
Bajo el sol de África, pensé en Cuba. Porque estábamos en Botsuana en plena campaña electoral. Allí se elegía un nuevo presidente a finales de octubre. E incluso donde estábamos, en zonas poco pobladas donde la gente vive en condiciones humildes, los candidatos presidenciales hacían campaña por su programa y la gente pudo ejercer su derecho al voto. En todas partes, incluso en las aldeas pobres donde los monos y jabalíes errantes forman parte de la vida cotidiana, se podían ver carteles electorales pegados a los árboles a lo largo de un camino de tierra.
Y ello también me hizo pensar en Cuba, porque allí, donde solo se ve la imagen de Fidel Castro y los suyos, el régimen comunista también arrebató a los cubanos el derecho de elegir a su propio gobierno.
Bajo el sol de África, tuve que pensar en el país donde nací, que me fue robado y destruido por el régimen castrista y que por ello ya no me es una patria.
Nat Neumann, noviembre de 2024
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