Los niños nacen para ser felices
El que haya leído mi libro "Un pedacito de cielo", recientemente publicado, sabe cuántas veces menciono a José Martí en él. Mucha gente lo conoce porque su retrato estaba (o está) grabado en una moneda cubana, no recuerdo cuál. Pero yo sostengo que todo cubano conoce a José Martí. En primer lugar, porque sus maravillosos escritos y poemas eran, y tal vez siguen siendo, imprescindibles para un niño cubano. Yo misma no tenía tres años y me sabía de memoria su poema más famoso, "Los zapaticos de rosa"; cuando aquello aprendí a leer con su libro "La Edad de Oro". Por otro lado, porque Fidel Castro hizo de José Martí el "autor intelectual" de su asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba en 1953, como escribo con suficiencia en mi libro, sin preguntarle. Todo el que haya leído a Martí, por cierto, un ardiente luchador por la independencia de Cuba de España, podría suponer que hoy estaría del lado de los disidentes, de los manifestantes, de los presos políticos y de los exiliados, como uno que fue.
Los niños nacen para ser felices, escribió José Martí.
Cuando estaba escribiendo mi libro "Un pedacito de cielo", sentada en mi escritorio con mi ego, y las frases y palabras surgían espontáneamente en mi cabeza, recordé una determinada historia, que escribí allí. Y la relacioné con una gran desgracia: En febrero de 2020, un edificio se derrumbó de nuevo en La Habana, enterrando a tres niñas. Según una publicación de la revista digital "El Estornudo", una de ellas se dirigía a comprar unos víveres por encargo de su madre. Entonces se encontró con dos amiguitas que estaban en la acera de enfrente y corrió hacia ellas. Y entonces sucedió: Lisnavy, Rocío y María Karla cayeron bajo el peso de las piedras de una vieja casa del barrio de "Jesús María", siempre un barrio pobre de la densamente poblada y plagada de edificios demolidos Habana Vieja. Tenían diez y once años.
En estos días, ha muerto otra niña de esa forma. La web asegura que tenía tres o cuatro años. Tal vez tenía cinco. Su foto en Internet muestra a una bonita niña con dos pequeñas trencitas y una sonrisa tan grande que las comisuras de la boca amenazan abarcar su pequeño rostro. Una niña aparentemente feliz cuya vida ha sido apagada por los escombros del edificio en ruinas que habitaba con su familia. No volverá a reír.
Me temo que no será el último niño que muera así. Porque ni siquiera los otrora majestuosos edificios construidos hace décadas se salvan de los estragos del tiempo, y el Estado cubano, que tiene el monopolio de todas las ramas de la vida pública y privada en ese país, no está en condiciones de costear el mantenimiento y la renovación del viejo parque de viviendas. Las escasas finanzas estatales parecen ser sólo suficientes para la expansión de la infraestructura turística, especialmente con la construcción de hoteles.
Tengo que discrepar con José Martí: Los niños no nacen para ser felices. Al menos estas niñas y otros niños que se han convertido en víctimas del modelo económico cubano, no.
Nat Neumann, octubre del 2022
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